miércoles, 30 de octubre de 2013

El perro de bar

El perro de bar

Lastres 2013 217
El finísimo Manuel Halcón (Manuel Halcón y Villalón-Daoíz, marqués de Villar de Tajo y caballero maestrante de Sevilla, autor de un libro imprescindible para cualquier persona de ingenio: “Recuerdos de Fernando Villalón”) porfió con Pla sobre el perro de piso: Pla, payés, que no, y Halcón, señorito, que sí.
En España, un perro de piso comparte toda la intimidad de su amo, menos el bar.
Es verdad que la reacción protestante, aunque la Coca-Cola haga ahora publicidad “Viva la gente” del bareto, quiere acabar con la vida de bar: en los bares de Madrid el totalitarismo municipal impone a los parroquianos un simiesco ballet, pues para beber han de estar dentro, pero para fumar han de estar fuera, con lo cual, para echar un cigarro con botellín, hay que marcarse en la puerta un “moonwalk”.
El rebaño es el rebaño y teme al perro, que tiene prohibido su entrada al bar.
Mi perro puede dormir en mi cama, pero no puede sentarse conmigo a la barra, como en los felices tiempos del perro Paco, hoy reencarnado en el perro Teby, que procede de la misma cuna y lleva la misma carrera (que no viene ahora al caso).
Al Teby, por ejemplo, le pones las monedas en la máquina del tabaco y él se encarga de sacarte los cigarrillos.
¿Por qué los niños sí y los perros no?
Si a uno le gustaran los niños, iría a un parque, que es donde en mi época estaban los niños. Pero hoy en los parques están los perros, porque los niños están en los cafés (arrastrados por sus padres): llorando, moqueando, peyendo…
Y me ha sorprendido muy gratamente dar con este café gijonés al que se puede entrar a leer el periódico con perro, como un marqués: mitad Manuel Halcón, marqués de Villar de Tajo, defensor del perro de piso, mitad Gonzalo de Saavedra y Cueto, marqués de Bogaraya, protector del perro Paco.

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