viernes, 14 de junio de 2013

Arquitectura de los benditos bares

EL arquitecto Guillermo Vázquez Consuegra regresa de su caminata matinal. En la calle Pedro del Toro, un turista extranjero le pregunta por el hotel Zaida y le remite a la calle San Roque. Está frente al restaurante marroquí Al-Medina. Una calle coqueta. El hotel hace esquina con la calle Herrera el Viejo, muy cerca de donde vivía Herrera el Joven. Subo por Pedro del Toro, treinta años de Casa Salva, cocina mediterránea. En uno de los bares de Marqués de Paradas, como esperando un tren que ya nunca llegará a Plaza de Armas, Juan Robles toma un café. La antigua estación de Córdoba es ahora la salida natural de Huelva. La senda que trajeron aquellos taberneros de Villalba del Alcor y de Manzanilla. Entre éstos, la saga continúa. Álvaro Perejil cierra ese magnífico anuncio de Coca-Cola dedicado a los "benditos bares". Antídoto contra el paulatino oligopolio de las franquicias. 

Vázquez Consuegra y Robles hacen Sevilla día a día. Su trabajo les ha dado el prestigio en una sociedad de la apariencia donde el prestigio era el medio más rápido de conseguir trabajo. Su legado profesional se hace visible en la ciudad. Muy cerca de este cruce de caminos de la Plaza de Armas está el Pabellón de la Navegación. Arquitecto y tabernero se cruzan en el camino del cronista, que ha quedado con el dermatólogo Ismael Yebra Sotillo. Pilar, su enfermera, nacida en La Carolina, apura su última semana de vida laboral después de 45 años dedicados a la sanidad pública. Fuera le esperan sus tres nietos, su afición a la Orquesta Sinfónica y a la Barroca. Renacentista. 

El premio Príncipe de Asturias concedido a Muñoz Molina le remite a Ismael Yebra a su particularArdor guerrero. "Muñoz Molina hizo la mili en Vitoria y yo en Figueras, pero somos de la misma quinta y yo me vi completamente reflejado en sus vivencias". Un médico escritor en puertas de ingresar formalmente en la Academia de Buenas Letras. El 13 de junio, un jesuita sevillano, Olmedo, con destino en un país latinoamericano, compañero de estudios de Bergoglio, le hará entrega al papa Francisco en el Vaticano de un ejemplar del libro de Ismael Yebra y Antonio del Junco sobre los conventos de clausura. El dermatólogo le dedicará Sevilla de Clausura a Su Santidad, que tendrá ahí el mejor reclamo para reanudar esa buena costumbre de Juan Pablo II de visitar Andalucía. 

Hay un libro por escribir del doctor Yebra que se quedó en aquel servicio militar en la patria de Dalí y de Kiko Veneno. Algo así como un recorrido por el país de Josep Pla. En aquella mili se leyó el Cuaderno Gris y visitó Palafrugell, la patria chica del escritor. Existe una traducción del catalán hecha por Dionisio Ridruejo, del que acaban de aparecer sus diarios de la División Azul (1941-1942). En uno de los permisos el soldado viajó hasta Colliure, el pueblo francés donde está enterrado Antonio Machado. La enfermera de La Carolina está a punto de jubilarse muy cerca de la calle Bailén, en esta Sevilla de Los Gabrieles, apeadero de los trenes varados en la estación donde Saura rodó con la luz de Vittorio Storaro, de los autobuses que hacen la ruta de la Plata por los caminos que hollaron los que se fueron en busca de El Dorado. 

Cruce de caminos. En la consulta de Ismael Yebra leo un artículo de Muñoz Molina en el que habla de Hitchcock y Erice y una entrevista con Norman Foster, que con Jean Nouvel, Arata Isozaki y Vázquez Consuegra se asomaron con el ex alcalde Sánchez Monteseirín por el balcón del Ayuntamiento en tiempos de bonanza y Virginiano. Vecino de Casa Salva, alguna vez habrá comido el arquitecto sevillano en Robles, el tabernero que vive en la casa que fue de Ramón Carande, primera rúbrica del libro de firmas del restaurante matriz.

No hay comentarios:

Publicar un comentario