Hace ahora 2 años vendimiaba por tierras del Norte de España.
Es una práctica muy común que debido a mi trabajo desarrollo.
Pena que es solo una vez, al menos en este polo , si nos vamos a Australia, Argentina o Nueva Zelanda, la cosa cambia, ellos entre muchos otros por su situación geográfica en otros paralelos vendimían en otras´épocas.
Pero como no hay dinero para todo me puedo llevar toda mi vida vendimiando.
Aunque si es cierto no está pagado con nada del mundo.
Porque no hay mayor experiencia que la de beber el mosto fresco cada mañana en el desayuno.
Tampoco hay nada comparable a hacer una barbacoa con los sarmientos de las cepas.
Ni el ruido ensordecedor de la maquinaria que da luego lugar a la serenidad de la noche es incapaz de enturbiar la paz que se respira en una vendimia.
El trabajo en equipo, y eso que el sol calienta, y las manos sangran cuando estas tantas horas recogiendo uvas, seleccionando racimos, separando los pasificados.
En realidad son labores muy especializadas.
Luego una vez recogidos los mostos, ver como se transportan en los contenedores a bodega, como por el propio peso y la gravedad de la uva, observar como cuando los ollejos hacen contactos con los mostos y sus levaduras fermentan conjuntamente y con las altas temperaturas se obtiene vino.
Que maravilla, vino en una cuba y con mosto de lágrima, vino de lágrima.
Que milagro de la naturaleza.
Como las uvas que tienen vida y magicamente se transforman y tras una metamorfosis líquida, nos dan este preciado manjar que es al agua de los Dioses.
Todo aquel al que le guste el vino se dice que es buena persona.
Pues bebamos vinos de esta manera se nos pegará algo de bondad que tanta falta hace en estos tiempos, en los que las aguas tanto políticas como bancarias están revueltas.
Y estamos a la vuelta de la esquina de una revolución en el campo, ese mismo donde crece la uva.
Si se produce una revolución mejor que se la de una buena botella de vino.
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